martes, 2 de enero de 2018

OBSERVACIONES

ESCALA, DIMENSIÓN Y MAGNITUD

I. Es lógico deducir de la realidad observada que en una determinada escala un objeto tiene una u otras dimensiones, sin reparar en que la escala no guarda relación con el objeto observado, sino con la observación misma, y que es ella la que establece y determina las magnitudes en función de su tamaño con respecto a su objeto. En otras palabras: la idea de escala sigue siendo efectiva incluso cuando la mirada logra hacerse en cada caso del tamaño de lo que observa, pues la escala nada tiene que ver con la realidad, sino con la tiranía que la observación impone. La escala responde, pues, al orden jerárquico que el observador establece con respecto a lo observado.

II. En la medida que la mirada se hace pequeña, el mundo parece agrandarse. Sin embargo, tras esa reducción, los conceptos de «grande» y «pequeño» siguen dando cuenta de lo observado con la misma eficacia y en los mismos términos relativos que antes. Paradójicamente, la reducción de la mirada, como la introspección, lejos de limitar el campo visual, abre espacios infinitos y abismos insondables a la observación.

III. Pero, ¿puede hablarse con propiedad de una reducción sin límite de la mirada? No, si se tiene en cuenta que la percepción sensorial reside en órganos dimensionales. Cuando la mirada alcanza la dimensión de su propia estructura la observación es imposible. Pero imaginemos que no lo es.
 Tras haber llevado la observación a sus límites factibles, desde el rebelde y turbulento mundo subatómico a los más lejanos rincones del Universo, un hipotético viajero fotógrafo tendría la sensación de haber hecho un viaje en círculo, y, salvo aquellas que hiciera en el marco dimensional en el que sus sentidos evolucionaron, sería difícil saber en qué otro momento del viaje hizo las hipotéticas fotografías que lo ilustraran. Esas fotografías bien podrían ser objetos para un análisis dimensional basado en ecuaciones matemáticas que tuvieran en cuenta  la analogía física de la materia en cualesquiera escalas que la observación imponga.

IV. Una fotografía del fondo inalcanzable del Universo es una maqueta a escala del flujo inalcanzable subatómico. Una minúscula gota de agua ensartada como una perla en un invisible hilo de araña es, a través de una lente fotográfica, todo un planeta, y sus compañeras, alejadas y difusas por la paradójica extensión de las distancias que la lente de aproximación multiplica, componen con él un hermoso y perfecto sistema solar en miniatura. La luz incide en ellas de la misma forma y en el mismo ángulo que lo hace en cualesquiera planetas que pueblan el Universo, cuyas órbitas son los invisibles hilos de araña que las estrellas tienden en torno a sí. La gravedad es una tupida tela de araña, y el Universo una infinita red tejida de ellas.
Mirar es siempre aproximarse. Toda fotografía es un approach. Haciendo justicia a su nombre, las lentes de aproximación, ya sean macro o tele-objetivos, permiten acercar la mirada tanto a los objetos sumamente pequeños y cercanos como a los inmensamente grandes y lejanos. Pero ese acercamiento aporta en uno y otro caso visiones del Universo que de forma paradójica se alejan de lo real en la misma medida que intentan alcanzarlo, pues, siendo la lente un potenciador del ojo (forma con él un súper-ojo), y éste una herramienta de la conciencia, la aproximación supone de facto una «sobrehumanización» de la realidad que, fiel a su tarea de adaptar el mundo a nuestra forma y medida y, a la vez excedida por el «súper poder» que la lente le brinda, juega caprichosamente con las dimensiones (estira una y comprime otra, elimina incluso una tercera), y hace con ello saltar por los aires los valores que rigen en el marco espacial natural de lo observado. Un telescopio pone a nuestro alcance los más lejanos cuerpos siderales, pero al precio de presentárnoslos como simples puntos dispersos en un lienzo en dos dimensiones, del que, no obstante, un macro-objetivo descubriría una tercera y la desdoblaría infinitamente. Allí donde la profundidad se extiende al infinito, el súper-ojo prescinde de ella, y donde apenas se adivina, la magnifica sin medida.

GEOMETRÍA, OBSERVACIÓN Y BELLEZA

I. El espacio no tiene dimensión alguna. Pero tiene forma: la del vaciado resultante de haber delimitado él los objetos que, a su vez, lo delimitan. Lo observado es el resultado de ese intercambio de formas. El trazado de un ángulo crea al mismo tiempo su complementario.

II. La línea recta y la esfera pertenecen en exclusiva al ámbito abstracto. La rectitud es la promesa incumplida de la geometría (la línea recta es el arco de un círculo infinito, según Nicolás de Cusa) y la esfericidad el sueño de la perfección. La simetría y la perfección son el deseo eterno del Universo.

III. No incumben al mundo ciertos asertos que acerca de él a menudo hacemos. La estética, por ejemplo, no pertenece al mundo «en sí», sino al mundo observado. La simetría es una mera cuestión de eficiencia en la lógica evolutiva, pero, estando tan asociada en nuestra percepción al equilibrio y a la armonía, y, a través de ellas, a la belleza, la propia mecánica del pensamiento, mediante un elemental silogismo, pone en marcha la idea de que la eficiencia es necesariamente bella o que la belleza ha de ser necesariamente eficiente. Y aquí conviene recordar que una cosa son los atributos del mundo, en tanto que mundo «en sí», y otra muy distinta los derivados de su observación. La simetría es eficiente per se, pero sólo es bella, o deja de serlo, tras su toma de conciencia por un observador.
Una reflexión: El hexágono es la figura más eficiente de la geometría natural. ¿Debería, por su perfección «económica», constituirse en un canon de belleza? ¿O acaso, por ella misma, es decir, por la rigidez y austeridad que su economía le impone, ser considerado «no apto» en el examen, libre de cualquier idea de ahorro, que sanciona la belleza?


IV. Dos tipos de observador: La espiral logarítmica de la concha del Nautilus, el diseño fractal del brócoli romanescu, o la sinfonía geométrica de un copo de nieve no son cosas necesariamente bellas por sí mismas, es decir, por armónicas, equilibradas y eficientes, que también, sino por reacción a la sorpresa de descubrir en ellas un orden subyacente que requiere una exégesis externa. La admiración por la belleza, empero, no debería partir en ningún caso del dilema entre el diseño y la casualidad al que la sorpresa conduce a ciertas personas, sino de la observación misma, desprovista de cualquier petición de sentido, pues el Universo, recordémoslo, carece de él. La sorpresa, tan consustancial a la observación de la belleza, debería ser, en todo caso, un fin en sí mismo, más que una causa para la especulación. La observación de un mundo «creado» remite la admiración a su creador, y se convierte, en ese mismo acto, en un culto mistérico. En cambio, la observación de un mundo autónomo y autosuficiente produce una satisfacción asimismo autónoma y autosuficiente que no apela a ninguna instancia para justificarse.

1 comentario:

  1. Esta entrada de blog es, sencillamente, lo mejor que te he leído. Y debo decir que luego de repetidas lecturas, aún encuentro detalles enriquecedores de los que se guardan en la memoria selecta. Si no fuera tuyo, diría que dusfruta de una virtualidad infrecuente y extraña, pues partiendo de la sensibilidad, y sin apartarse de ella, aúna física y metafísica con una finura y honradez que raramente se dan, acostumbrados como estamos al filisteísmo seudo religioso, en un caso, y en el otro a un corporativismo científico cada vez más acomodado, que ha hecho de la indiferencia ideológica su bandera, y casi su quehacer primero, a espaldas de esa su maltratada deontología, capitulando ante el fin supremo de una cohesión social subordinada a la superstición que aún impregna el tejido comunitario.

    Como no tengo nada que añadir a ensayo tan prominente, me quedo a modo de resumen con esto que dices: "La observación de un mundo <> remite la admiración a su creador, y se convierte, en ese mismo acto, en un culto mistérico. En cambio, la observación de un mundo autónomo y autosuficiente produce una satisfacción asimismo autónoma y autosuficiente que no apela a ninguna instancia para justificarse".

    ¡Enhorabuena!

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