miércoles, 12 de diciembre de 2012

OBSERVAR EL ARTE


Es habitual oír decir, incluso a cierta gente iniciada, que el arte es algo subjetivo. Yo mismo participé de esa idea durante algún tiempo, a causa, sin duda, de mi escasa reflexión en el asunto. El éxito de esa idea se debe a la extendida percepción, y consiguiente aceptación, de que existen tantas formas de observar como observadores, y que, por tanto, todo el mundo tiene derecho a observar y a opinar como le venga en gana o sea capaz. Esto es cierto, pero es tan solo una visión parcial y reducida del arte. Una vez más hay que insistir en que los principios democráticos no son aplicables en el arte, como no lo son tampoco en las ciencias, o en cualquier actividad o disciplina que aspire a la verdad o a la excelencia.

Toda obra de arte es una sugerencia que el autor hace al observador. Esa sugerencia puede ser más sutil o más explícita, y de ello depende en buena parte la clasificación que hacemos del arte. Pero, básicamente, la sugerencia incluye una doble propuesta: por una parte, es una invitación al goce estético sin condiciones, apelando de forma directa a la sensibilidad artística que todos tenemos, independientemente de nuestra formación; y, por otra, una invitación a compartir la información que todo arte lleva asociada -el arte es transmisión, o no es-, y que es la que nos pone en contacto directo con el autor a través de la correcta interpretación de su obra. La exhibición explícita de la belleza no es arte per se. En lo que concierne a su síntesis, el arte ha de ser, por encima de todo, una interpretación alternativa de la realidad que no solo apele a la sensibilidad del observador, sino también a su ingenio. Aquí radica el quid de la cuestión, porque mientras el simple goce estético, al ser imposible de sujetar a criterio consensuado, parece introducir en la observación del arte el componente subjetivo que la mayoría defiende, la verdadera magia de la contemplación artística solo se cumple cuando somos capaces de compartir el éxtasis estético con el autor a través de su misma mirada. En ese proceso de objetivación consiste el arte, en mi modesta opinión. Decía el gran fotógrafo Garry Winogrand que el arte fotográfico no se sustancia en lo fotografiado, sino en la forma en que se fotografía.

Podríamos decir, aún a riesgo de entrar en terrenos aún más inciertos, que la observación del arte exige un mirar sin ver, ya que si confiáramos ciegamente en la relación directa entre lo que miramos y lo que vemos, la tiranía de esa certeza impediría cualquier tipo de especulación sobre otras posibilidades estéticas, limitando enormemente la propia visión. Es a través de la mirada abstraída, la que mira sin ver, como uno tiene acceso a la abstracción, que es donde la mayoría de las veces tiene lugar el proceso de objetivación al que antes me refería. Eso requiere de un esfuerzo consciente en la educación de la atención selectiva, rutina que facilita tanto la lectura subliminal de la obra, como el acceso al conocimiento de sus distintas potencialidades. Siguiendo a Winogrand, puede afirmarse que descartar lo obvio es una buena manera de empezar a educar la mirada, pero reconozco que es más fácil de decir que de explicar, porque, en ocasiones, la búsqueda de la objetividad mediante la manipulación de la atención tiene el efecto de abrir las puertas a la imaginación, y nada hay tan subjetivo como la imaginación. Puedo intentar explicarlo diciendo que cuando logramos crear en la mente los mecanismos automatizados que nos permiten prescindir de lo que de explícito y aparente tiene una obra de arte, comenzamos a ver en ella otras cosas que están allí, pero también otras que no están, pero que bien pudieran haber estado. El disfrute de la observación del arte depende muchas veces de ese tipo de especulaciones. Pero no hay contrasentido alguno en la paradoja que surge del enfrentamiento entre esa especulación y la búsqueda de la objetivación. Cuando un artista «abandona» su obra al disfrute de los demás es consciente de que una parte de ella ya nunca le pertenecerá. Pasará a formar parte del patrimonio colectivo, seguirá evolucionando, y, con el tiempo, servirá de inspiración a futuras obras. Pero todo artista aspira a la satisfacción de compartir la experiencia estética con el destinatario de su obra. Solo cuando la obra es comprendida y valorada por el observador en los mismos términos que fue creada, surge la magia del arte como medio de intercambio, y el arte es entonces algo muy objetivo.


Entrada destacada

DOMESTICACIÓN