sábado, 7 de junio de 2014

LA RISA DE AUSCHWITZ

Un grupo de mujeres y niños judíos cárpato-rutenos de etnia húngara posa con estremecedora impersonalidad —la personalidad les ha sido arrebatada por ley— delante del tren que les ha traído a Auschwitz desde el gueto de Bereshov. La presencia de la cámara del fotógrafo de las SS, Ernst Hoffmann, y su extraña liturgia les distraen por un momento de los gritos de los auxiliares del campo y de los ladridos de los perros que las chicas de la SS Helferinnen, las que gustan bailar alegres al ritmo del acordeón, azuzan contra ellos. El temor en todas sus variables está presente en esta escena: el temor inconsciente del niño que no acierta a comprender lo que ocurre, pero sabe que ocurre; el que paraliza al adulto que conoce su destino y, ya sin fuerzas y «despersonalizado», se abandona con resignación a él; el temor siempre esperanzado del ingenuo, y el del anciano por la prolongación en el tiempo de una vida que ya no desea. Y todos los temores confluyen en uno que los paraliza a todos por igual. Pero no sé si todo esto que digo lo veo en realidad, o tan sólo lo imagino, pues el conocimiento de su triste destino pone en sus ojos una llamada de socorro que no está en ellos cuando se mira, pero que no se extingue al dejar de mirar y que resuena con fuerza en los fundamentos mismos de mi idea de civilización. Una llamada desatendida que apela eternamente a cada uno de nosotros desde el fondo de la imagen. Y es que hay fotografías que tienen fondos que hablan.

Un grupo de chicas de las SS Helferinnen disfruta de su tiempo de ocio en compañía de Karl Höcker y de otros oficiales nazis en el puente de acceso al Solahütte, la finca de recreo y descanso construida a tal fin para los funcionarios de Auschwitz-Birkenau. Allí, lejos del cansino rumor de lamentos que acompaña su jornada de trabajo, y a salvo de la desagradable lluvia de ceniza —la real y la simbólica— que poco a poco cubre sus uniformes y sus corazones, fluye con naturalidad la humanidad que atesoran, y con ella aparecen la música, la danza, el juego y la risa. 

Lamento, temor, dolor, crueldad, empatía, música, danza, juego, risa... son cosas que difícilmente pueden formar parte de una misma fotografía, pero que comparten espacio con naturalidad en cada uno de nosotros. Dos fotografías simultáneas en el tiempo y complementarias en lo histórico revelan, al contemplarse unidas por el vínculo que las explica, la natural monstruosidad de la condición humana, no por monstruosa menos natural, ni por natural menos monstruosa.



1 comentario:

  1. Precioso. Lo acabo de leer en voz alta, y mientras mi voz resonaba en mis oídos, tanto como en los de Idoia, un atisbo de emoción contenida y como avergonzada, se escapaba por un solo instante, a ese control que la reiteración de la barbarie lo convierte en rutinario. Enhorabuena.

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