lunes, 29 de octubre de 2012

VIEJAS FOTOGRAFIAS



Las fotografías antiguas ejercen en mí una enorme fascinación; especialmente aquellas que muestran escenarios que me son conocidos, que me son entrañables. Nada mueve más a la melancolía que una imagen del pasado. Una fotografía vieja es un eco visual, un retazo congelado de vida, un testigo de lo que ya no está, de lo que ya no es. Y si la melancolía es, como dicen, el placer de estar triste, ¿qué tristeza más placentera que la de traer a la vida, aunque sea de forma efímera, un instante extinguido de ella?

Puedo pasar horas mirando viejas postales y estampas de Bilbao. Me gusta implicarme en ellas tratando de aportarles lo único que les falta: el sentimiento, por más que mi sentimiento les sea ya lejano, ajeno. Lo hago porque en eso consiste mi placer: en ser un intruso en la fotografía que miro. Sólo así, desde dentro, puedo rescatar del olvido cosas que están en ellas, pero que desde fuera no percibimos, como el seco percutir de los cascos de los caballos sobre calles empedradas o el agudo rechinar de los tranvías y el crujir de los carros. Sólo así puedo sentir el olor del aceite quemado y el humo en la estación de Atxuri, la bulla y el alborozo de las mujeres haciendo la colada en el río, el txistu y el acordeón en una romería en Begoña, y las risas de los niños que juegan al aro frente a la cámara. Siempre hay niños en las fotografías viejas. Y detrás de todo, lo único que queda cuando la obra de la vida se acaba, que es el escenario: a veces, cambiado; otras, irreconocible. ¡Qué placer cuando encontramos escenarios que aún son capaces de evocar obras ya representadas en ellos! Los escenarios guardan la esencia de la vida y, si queremos, son capaces de reproducirla siempre que estemos dispuestos a sentarnos un momento y observar.

Suelo visitar los escasos escenarios de mis viejas fotografías que todavía perviven en mi entorno cercano. A veces cuesta reconocerlos porque han adaptado sus formas a las nuevas obras que han de representar. Pero están ahí, a menudo mimetizados en el entorno, pero cumpliendo fielmente el papel para el que fueron creados, que no es otro que el de hablar de nosotros cuando nos hayamos ido, exactamente igual que las viejas fotografías que ahora tengo en mis manos. Escuchémosles; tienen mucho que contarnos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Entrada destacada

DOMESTICACIÓN